domingo, 17 de febrero de 2013

Así Ratzinger condenó a Boff al silencio


By Deputado Estadual Marcelo Freixo PSOL-RJ
[CC-BY-2.0 (http://creativecommons.org/licenses/by/2.0)],
 via Wikimedia Commons
Por: Juan Arias | 13 de febrero de 2013

Entiendo que el teólogo Leonardo Boff, tenga un cierto pudor en contar como se produjo, en 1985, el proceso en el que entonces el cardenal Ratzinger, Prefecto de la Congregación de la Fe, heredera de la vieja Santa Inquisición, le condenó al silencio. Ratzinger sería el próximo papa, Benedicto XVI.

Yo, aquel día, estaba con Boff en Roma. Cenó la noche anterior en mi casa, donde había convidado a un puñado de periodistas amigos míos para arroparle. Boff, que tenía, 47 años, estaba nervioso y preocupado. No sabía como se iba a desarrollar el proceso contra él en el Vaticano. No le habían informado de nada. Sólo que estuviera allí a las nueve de la mañana. El teólogo, siempre amable, parecía un niño entre temeroso y emocionado. Nos enseñó una carpeta con miles de firmas en apoyo suyo. Nos preguntó si sería oportuno entregárselas a Ratzinger. Indagamos sobe aquellas firmas y nos dijo con candor: “De prostiutas cristianas brasileñas”.

Recuerdo la cara que pusimos. Nos miramos unos a otros y decidimos desaconsejarle mostrar aquella carpeta de firmas al cardenal. Le esperé la mañana siguiente a la puerta del palacio de la Congregación de la fe, situada a la izquierda de la plaza de San Pedro. El teólogo de la Liberación, que pertenecía a la Orden de Franciscanos Menores, llegó vestido de hábito. A las nueve en punto, le llamaron. Yo le esperé a la puerta durante las cuatro horas que duró el proceso contra él. Salió cansado, pero sereno. Me iba a contar lo
más importante del proceso para este diario, EL PAÍS.

“¿Y entonces?”, le pregunté. Y Boff, calmo: “Entonces, hermano, el cardenal Ratzinger me ha condenado al silencio”.
Ello quería decir que el importante teólogo, autor de la obra polémica Iglesia, carisma y poder, no podría en adelante enseñar, predicar, escribir ni hablar en público. Recuerdo hoy algunos de los detalles que me contó de aquel proceso. Estaban sólo Ratzinger y un secretario convertido en taquígrafo que fue recogiendo la conversación - debate entre los dos. Ningún otro testigo Boff había estudiado teología en Alemania en la misma Universidad en la que enseñaba Ratzinger, primero teólogo progresista en el Concilio y después obispo y cardenal conservador, crítico de aquel mismo Concilio que él había ayudado a desarrollarse.

Ya se conocían. Y Boff hablaba alemán, la lengua materna del cardenal Ratzinger, quién empezó a interrogarle en su lengua. Boff lo detuvo y le dijo que en ese caso él estaba en desventaja, ya que él, como alemán, dominaba mejor la lengua y a él le costaría más expresarse al defender sus tesis en una lengua que, aunque la había estudiado, no era la suya. Decidieron que los dos hablarían en un idioma que no era el materno de ninguno de los dos: en italiano. Ratzinger le mandó sentarse en frente de él y empezó el
interrogatorio. Boff lo interrumpió de nuevo. “Eminencia, en Brasil, en nuestrascomunidades cristianas, cuando empezamos algún trabajo importante, hacemos una oración a nuestro padre Dios para que nos ilumine. Me gustaría hacerlo también ahora”.

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