23/01/2013, Víctor Rey Riquelme.
“Yo he venido para
que tengan vida, y vida en abundancia” (Jesús)
Parece ser que el tema de
la prosperidad material es un tema relevante hoy en las iglesias
evangélicas. Nuestra propuesta es que podamos entender la prosperidad a
partir del propósito de Dios hacia su creación: la vida plena o bienestar
integral, que se resume en la voz hebrea shalom. La prosperidad material
es solo un aspecto de algo más integral (el shalom). Justamente porque es
un aspecto del bienestar integral, y no el todo, la Biblia hace un
llamado constante a cuidarnos de buscar la riqueza. Otro aspecto que nos
ayuda a entender mejor este tema es verlo a la luz del reino de Dios. En
las últimas décadas hemos ido entendiendo que una parte del reinado de Dios
tiene que ver con el bienestar humano, con el ordenamiento social y político,
con la superación de la pobreza y la instauración de la justicia social.
Ciertamente el reinado de Dios es más que eso, se trata de su necesaria
concreción histórica. Las iglesias evangélicas ya no podemos seguirnos
dando el lujo de obviar el actual contexto latinoamericanos- marcado por las
injusticias estructurales -, sino que al interior de nuestra historia tenemos
que buscar una transformación que se acerque a los ideales que nos plantean los
escritores sagrados. Por lo tanto debemos seguir luchando para mostrar
esta dimensión más amplia del reinado de Dios y no quedarnos con la visión
reduccionista que nos llegó a través del fundamentalismo y del conservadurismo
teológico que mostraba el reino de Dios como: 1.- el gobierno de Dios en
los corazones de los creyentes, 2.- la comunidad de los fieles y 3.- un
futuro metafísico al que se llama “el cielo”. Es decir el gobierno o
reinado de Dios se realizaba en tanto se negara la satisfacción de las
necesidades corporales.
En la perspectiva bíblica
la nación toda, y no sólo individuos aislados o pequeños segmentos sociales,
están llamados a vivir una vida de bienestar integral. El shalom es
producto del reconocimiento de Jehová como Dios, del cumplimiento de su voluntad
expresada en la ley, y de la práctica de la justicia entre los seres
humanos. No cumplir con la ley era abandonar al Dios que los liberó de
Egipto y traicionar al pueblo organizado en tribus que anhelaba la posesión de
la Tierra Prometida. Por eso, se habla del incumplimiento de la ley en
términos de maldición. Dios, de ninguna manera bendeciría el volver al
estilo de vida que tuvieron en Egipto. Dios no prosperaría a la
nación. Este llamado de Moisés al Israel liberado fue recordado numerosas
veces por Dios a su pueblo por medio de sus voceros: los jueces.
Israel conoció en este mismo periodo tribal épocas de sequía material y
espiritual. La idolatría hizo que cayeran en manos de sus enemigos
numerosas veces. Pero Dios, quien es rico en su misericordia, los levantó
una y otra vez.
Muchas páginas se han
escrito acerca de la condición económica de nuestro Señor Jesucristo.
Resumiendo, diremos que mientras por un lado están los que lo describen como un
pobre y oprimido, por otro lado están aquellos que lo ven como un hombre rico
que tenía hasta tesorero y vestía ropas caras. Sin embargo, la exégesis
actual no cae en estereotipos, sino que ve que el asunto es más complejo y que
hay que considerar las coordenadas socio culturales del mediterráneo para una evaluación
seria. Jesús, pues, no era ni pobre ni rico, según nuestras categorías
modernas occidentales. Tal vez lo más importante en este punto no sea ese
asunto, sino con quiénes se relacionaba y como anunciaba el reinado de Dios
(shalom).
El mensaje de Jesús es un
llamado a la confianza en Dios, a la búsqueda del shalom y a la renuncia de la
riqueza material y sus afanes propios. ¿O es que es muy difícil entender
que “la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee”?
(Lucas 12:15). Pero a su vez, el texto revela que el bienestar humano
sólo es posible si hay satisfacción de las necesidades materiales, antes no.
La espiritualidad encuentra
su expresión en la relación con otros, en las actitudes de comprensión,
simpatía, solidaridad y compromiso. Esto se ve claramente en la
espiritualidad de Jesús: Su comunión con Dios encontró su verdadera expresión
al bajar de la montaña, para mezclarse con el pueblo. Se trataba de una
interacción constante entre la meditación, la oración y la acción. La
verdadera espiritualidad se expresa a través del servicio y en las relaciones
de curación con los demás.
Como cristianos no podemos
escapar a la realidad del quebrantamiento y sufrimiento del pueblo de Dios que
es la propia iglesia. Como el amor es incluyente, el evangelio del amor
nos exige acompañar a los pobres en su lucha por la justicia. Descubrimos
nuevas perspectivas a medida que nos identifiquemos con estos miembros del
cuerpo que también son parte de las iglesias. Como comunidad de curación
o terapéutica, la congregación une sus fuerzas a las de Dios para restablecer
relaciones sanas entre las personas y toda la creación. El mensaje de
liberación del evangelio es parte de la vida de la Iglesia. Participar
con el pueblo en la construcción de un orden social justo nos conduce al camino
del reino de Dios, la vida plena. La visión de la Iglesia es la de una
sociedad en la que todos viven en armonía unos con otros, con la naturaleza, y
con Dios, trabajando plenamente de manera desinteresada para responder a sus
propias necesidades y a las de los demás. Se necesita aún una gran dosis
de reflexión y esfuerzo para crear comunidades que practiquen el cuidado
integral de todos y todas. Debe ser prioritario el estudio y tratamiento
de las causas últimas que determinan la pobreza y la desesperanza. Hay
que hallar la manera de renovar el medio ambiente por muy dañado que
esté. Por último, las acciones individuales y colectivas de testimonio y
servicio, no sólo constituyen signos de esperanza sino que engendran nuevas
esperanzas.